La expresión hebrea ‘asé·reth had-deva·rím, se traduce al español como “Diez Palabras” y designa las diez leyes básicas, que suelen llamarse los Diez Mandamientos (Éxodo 34:28; Deuteronomio 4:13; 10:4). Tambien se le llama simplemente “Palabras” (Deuteronomio 5:22) o “palabras del pacto” (Éxodo 34:28). La Versión Griega de los Setenta o Septuaginta (Éxodo 34:28; Deuteronomio 10:4) dice “dé·ka ló·gous” (diez palabras), de donde se deriva la palabra Decálogo.

Las Diez Palabras eran un código de leyes perfecto, ya que procedía de Dios. Cuando un hombre “experto en la Ley” le preguntó a Jesucristo: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”, Jesús citó uno que en realidad resumió los cuatro primeros mandamientos del Decálogo (o los cinco, si consideramos a los padres como representantes de Dios), diciendo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. Despues resumió el resto del Decálogo en el breve mandato: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:35-40; Deuteronomio 6:5; Levítico 19:18).

La siguiente manera de dividir los Diez Mandamientos recopilados en Éxodo 20:2-17 es la lógica y natural. Así también lo hace Josefo, historiador judío del siglo I a. E.C. (Antigüedades Judías, libro III, cap. V, sec. 5), y el filósofo judío Filón, también del primer siglo (El Decálogo, XII, 51).

La introducción a estas Diez Palabras es una declaración directa en primera persona. “Yo soy Jehová tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”.

Responsabilidades del hombre para con Dios
El primer mandamiento: “No debes tener otros dioses contra mi rostro” puso a Jehová en primer lugar.

El segundo mandamiento era una consecuencia natural del primero, pues prohibía cualquier forma de idolatría por ser una afrenta directa a la gloria y la Persona de Dios: “No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos, sobre la tierra o en las aguas debajo de la tierra, ni debes inclinarte ante ellas ni servirles”.

El tercer mandamiento: “No debes tomar el nombre de Jehová tu Dios de manera indigna”.

El cuarto mandamiento decía: “El séptimo día es un sábado a Jehová tu Dios”.

Obligaciones del hombre para con sus semejantes
El quinto mandamiento “Honra a tu padre y a tu madre” era el único de los diez con promesa: “Para que resulten largos tus días sobre el suelo que Jehová tu Dios te da”.

Referentes a los Hechos
El sexto: “No debes asesinar”.

El séptimo: “No debes cometer adulterio”.

El octavo: “No debes hurtar”.

Este es el orden de estas leyes en el texto masorético, de mayor a menor según el daño causado al prójimo. Sin embargo, en algunos manuscritos griegos (Códice Alejandrino, Códice Ambrosiano) el orden es: ‘asesinato, robo, adulterio’. Filón (El Decálogo, XII, 51) dice: ‘adulterio, asesinato y robo’, mientras que en el Códice Vaticano la secuencia es: ‘adulterio, robo, asesinato’.

Referente a las palabras
El noveno mandamiento dice: “No debes dar testimonio falsamente como testigo contra tu semejante”.

Referente a los pensamientos y el corazón
El décimo mandamiento se destacaba porque prohibía la codicia, es decir, un deseo impropio por todo aquello que le perteneciese al prójimo, incluida su esposa. Ningún legislador humano dio origen a tal ley, pues no habría manera humanamente posible de hacerla cumplir. Mediante este décimo mandamiento Dios hizo que toda persona fuese responsable de forma directa ante Él, el único que ve y conoce todos los pensamientos secretos del corazón (1 Samuel 16:7; Proverbios 21:2; Jeremías 17:10).

Otro orden de estas leyes

Otros, como San Agustín, combina la ley en contra de los dioses extranjeros y la que está en contra de las imágenes (Éxodo 20:3-6; Deuteronomio 5:7-10) en un solo mandamiento, y luego, para que sigan contándose diez, dividen Éxodo 20:17 (Deuteronomio 5:21) en dos, con lo que convierten en noveno mandamiento el no codiciar la esposa del semejante y en décimo el no codiciar su casa, etc. Agustín intentó apoyar esta división en la lista paralela del Decálogo registrada en Deuteronomio 5:6-21. En el versículo 21 se utilizan dos diferentes palabras hebreas (“Tampoco debes desear [forma de ja·mádh] […]. Tampoco debes, egoístamente, desear con vehemencia [forma de ’a·wáh]”), mientras que en Éxodo 20:17 se utiliza el mismo verbo (desear) en ambas frases.

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